El singular culto a Pancho Sierra, que en ciertos casos se vio inevitablemente invadido por una folclórica maraña comercial que ofrecía estampas y hasta tierra de su estancia a precios módicos, continuó a través del tiempo. Cada 4 de diciembre, día de su muerte, el cementerio de Salto (Bs. As.) recibe a muchos que apenas conocieron su historia pero que saben que era alguien “especial”.

Don Pancho y la Madre, pues, no escapan a la categoría de curanderos, pero no adjudicamos al término ningún matiz peyorativo, todo lo contrario pues ellos fueron Grandes Curanderos. Su fama vuela por todo el país y aun trasciende sus fronteras. Toda una organización prosigue sus enseñanzas, canonizando popularmente a sus fundadores. Tuvieron, además, buena publicidad, en vida y en muerte. Y no venían de las clases populares; sino de arriba. Eran gente rica que abandonó su fortuna por lo que entendieron como misión, con el consiguiente escándalo entre los suyos y entusiasmo entre sus adeptos.

Una revista popular recuerda, a 80 años de su muerte, la historia de Francisco Sierra: “Pancho Sierra, llamado por todos sus adeptos «el médico del agua fría», «el gaucho santo de Pergamino» o «el resero del infinito» había nacido en Salto el 21 de abril de 1813 y murió el 4 de diciembre de 1891, aunque algunos sostienen que su deceso se produjo en 1894.

“Este personaje había nacido en una familia de ricos hacendados, y ya mayor se instaló en su estancia «El Porvenir», en los límites de Pergamino y Rojas.

“Su vida se transformó luego de una decepción sentimental. Se aisló entonces del mundo y luego retornó, tras una larga etapa, para volcarse sobre el dolor de los demás, haciendo curas tan portentosas que extendieron su fama a toda la provincia de Buenos Aires.

“Pancho Sierra ejercía con pocas armas. Un poco de agua fresca del aljibe de su estancia, el profundo magnetismo de su voz, la seguridad que emanaba de su rostro profetice de larga barba blanca y de mirada penetrante.
“A él acudían —como siguen acudiendo hoy—, los desventurados, los necesitados de pan o fe para vivir, los enfermos.
“Y los que llegaban hasta él —dicen los adeptos— siempre encontraban remedio para sus males, para sus problemas, para sus desdichas. Y en ese reparto generoso Pancho Sierra acrecentó su fama, porque también fue distribuyendo fe y la mayor parte de sus bienes.

“‘Muchísimas veces —según el relato de quienes lo conocían bien—, un vaso de agua brindado por Pancho Sierra alcanzó a curar en una zona en que el enfermo estaba solo y donde el médico solo era un mito. “Su fama comenzó entonces a crecer y traspasar fronteras y hasta la estancia «El Porvenir» peregrinaron centenares de personas que acudían desde los puntos más lejanos en busca de ayuda, de consejos y de cura para sus dolencias. “Se cuenta que como el viaje hasta su casa era largo, las compañías encargadas del traslado de los visitantes agregaron a su recorrido los «viajes especiales a lo de Pancho Sierra».

“Pancho Sierra se declaraba espiritista y con facultad para transmitir el poder curativo de que se consideraba ungido, así es que repartió sus discípulos en muchos partidos de la provincia conservando siempre su dirección.
“Para las gentes escépticas era un alucinado.

“Para sus adeptos, un santo. “Para todos, un original. ”Pancho Sierra tenía el rostro blanco, facciones aristocráticas, nariz aguileña y ojos azules que brillaban con intenso fulgor.

 

“Su talla era mediana, delgado de cuerpo y su conjunto respiraba bondad y una apacibilidad de espíritu que se transmitía a todos sus actos… vestía siempre trajes ampulosos, bombacha, camiseta criolla, ancho sombrero, poncho y manta de vicuña.

“Su exquisita sensibilidad por las desgracias ajenas y la intuición de sus facultades de «médium» le proporcionaron la ocasión de asistir a algún enfermo en épocas en que se carecía allí de médicos. “Este hecho, repetido muchas veces con éxito admirable, le confirmó la idea de que gozaba de alto grado de facultad que los espiritistas llaman «mediumnidad curativa» y que buenos espíritus le auxiliaban en ella. (…) “Pancho Sierra se mantenía en su
vida de anacoreta, sin solicitar el trato de su familia y relaciones, muchos de los que se complacían en divulgar su supuesta locura, mientras él prodigaba beneficios a los pobres.

 

3 comentarios

  1. Me estoy enfermando, mi nieto Agustin Lachavanne, abandonó la facultad hace ya un iempo y no quiere volver faltandole poco para rcibirse de Contador Público, por favor si se produce el milagrfo ve´r como puedo llegar hasa ese lugar el tiempo pasa y cada vez sufro más, no hace caso.-

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