Una reflexión sobre el lugar de la escuela y la familia en los procesos de cambio social.
Por el Psicólogo Fernando Ariel Raffaelli *

Es evidente que los tiempos cambian. El Neoliberalismo trajo aparejadas grandes crisis institucionales, entre ellas la de la escuela y familia. Los chicos ya no se quedan sujetos al pupitre recepcionando pasivamente lo que el docente les trasmite. Hoy debaten, indagan, buscan respuestas que van más allá del saber presentado por el maestro.
Todo esto ha ido configurando un nuevo panorama contextual. Padres con serios problemas de autoridad, que se escudan en la permisividad como una forma de garantizar un “mejor vinculo” con sus hijos (y ser “más copados”), jóvenes con una excesiva dosis de libertad, que constantemente navegan por situaciones donde el peligro y la adrenalina son la base del éxito para ellos; y detrás de todo esto una sociedad que se encuentra en deuda con todos los integrantes de su comunidad.
Hoy nos encontramos -como docentes- dentro del aula con grandes desafíos. Poder trabajar con nuestros alumnos pudiendo atrapar su atención, logrando que aquellos saberes institucionalizados se vuelvan interesantes para ellos. En el ¡¿cómo hacerlo?! se encuentra la clave fundamental del éxito. El trabajo con la adolescencia implica nutrirse de “nuevas formas” que posibiliten encaminarse en este gran desafío.
Podemos ver como el mundo neoliberal ha traído aparejado jóvenes altamente rotulados tras diferentes conceptos médicos que los alejan cada vez más de lo “normalmente aceptable”. El famoso “déficit de atención por hiperactividad” (ADH) es muy común dentro de los diagnósticos escolares para encuadrar aquellos “niños problema” que molestan en el espacio áulico y no dejan desarrollar “las clases magistrales que sabiamente preparan los docentes”. Para los alumnos, también es difícil poder integrarse a un modelo educativo que fuera pensado para el siglo XIX, donde la Play Station y el iPhon no existían –y ni hablar de las Redes Sociales y Wikipedia-.
Más allá de eso, sin dudas en la actualidad nos encontramos con una institución escolar que se desvanece sobre los nuevos lineamientos sociales de individualismo, hedonismo y sobre todo del exitismo. Si bien esta generación ha nacido y se ha desarrollado en medio de la crisis, si bien son producto de un Sistema Educativo que por momentos no les puede asegurar un porvenir mejor, como el que habían pensado nuestros abuelos (tras el ideal de “estudiar para poder ser un gran Doctor”), hoy “es mejor ir al colegio que no ir”.
En la actualidad el espacio de lo público ha sido cercenado. Los pibes ya no se reúnen en el club para recrearse, los potreros del barrio están siendo arrasados por los grandes emprendimientos habitacionales, generaciones de jóvenes se esconden detrás de un celular para poder afianzar sus relaciones, “amar” y “ser amado” se vuelve un desafío imperante en los “tiempos de cólera”, aun mas cuando la sociedad adopta una posición “cosificante” con respecto a los vínculos (“el otro como un objeto de cambio, y no como un sujeto que puede brindarme un espacio para el crecimiento emocional”).
De esta forma, es importante trabajar con lo que los alumnos traen para no avasallar sus historias y culturas, garantizando de esta forma alojarlos en un saber significativo para ellos. Conocer el grupo, adentrarse en sus historias, sentir sus necesidades e inquietudes se vuelve indispensable para esto. Afianzar los vínculos grupales nos permitirá garantizar una labor profunda para que cada uno de los jóvenes sea parte del cambio. Profundizar sobre los diferentes roles posibilitara explotar el potencial creativo de cada uno de ellos, pudiendo así transformarse y transformar el lugar actual en el que están inmersos.
Abordar las necesidades grupales como una labor paralela a toda posibilidad de transmisión de meros conocimientos académicos, va a favorecer el afianzamiento de esos lazos que muchas veces se ven desbastados por lo que la sociedad les inculca. No es casual que una problemática tan preocupante como el Bullying se halla desarrollado en estos tiempos, tiempos de crisis y apogeo de las necesidades individuales por sobre la construcción grupal, de la exaltación lastimosa de las diferencias personales como estigmas denigrantes del sujeto. En un mundo exitista, “ser diferente” físicamente, culturalmente, económicamente o sexualmente es muchas veces hasta “peligroso” para algunos grupos que se sienten trascendentes.
Esta “nueva era” ha generado jóvenes sin posibilidad de construcción colectiva, hijos de contextos donde la “autonomía anticipada” se convierte en el punto nodal de la transgresiones familiares, por opción u omisión de padres que encerrados en sus problemas y necesidades, descuidan a las nuevas generaciones venideras. Si para ellos la autoridad en el ámbito familiar muchas veces no existe, porque deberían aceptarla en otros contextos como la escuela. “Uno no puede interiorizar lo que no ha mamado desde sus raíces”.
Este panorama actual representa indudablemente un gran desafío personal para nosotros como docentes. Tras ello circulan innumerables interrogantes de ¿cómo actuar dentro del ámbito educativo? Si la base del éxito es seguir reproduciendo modelos de enseñanza fundados en los postulados del siglo pasado, donde el respeto a la autoridad, el silencio áulico y las conductas “normativizadas” predominaban en los grupos; o si estamos en un momento de cambio profundo donde no tendremos que desorientarnos en la añoranza de lo “perdido”, o mejor aún, de lo que “debería haber sido”, para comenzar a trabajar sobre lo “que tenemos”, sin que ello implique hacer un juicio de valor y creer que es lo “peor que conseguimos”.
En este sentido, escuela y familia se deben constituir como un bloque que nos permita incursionar sobre el cambio esperado. Durante muchos años el ámbito educativo fue un lugar que alojaba solo a los alumnos, que si bien acogía a las familias por momentos para debatir sobre las problemáticas particulares de sus hijos; hoy en día sin dudas es un lugar donde ni siquiera los padres se acercan para entender que les está sucediendo a los mismos. Pensar en una forma de afianzar esos lazos perdidos, generando un espacio convocante para cada uno de los actores sociales que intervienen en el proceso de cambio abordado, es quizás la clave del éxito que vengo indicando. Que la escuela y la familia, como instituciones sociales fundamentales de una comunidad, se comprometan con las problemáticas de nuestros jóvenes, realizando una labor conjunta, discutiendo y aplicando nuevas formas de abordar estos temas, sintiendo y respetando lo que los niños y jóvenes manifiestan acerca de sus necesidades e intereses particulares, posiblemente nos enseñe a crecer aún más como comunidad.

*Psicólogo egresado de la UNR, especialista en “Psicoterapia de Pareja y Familia”. Actualmente se desempeña dentro del Cuerpo Técnico del “Servicio Local de Promoción y Protección de los Derechos del Niño, Adolescente y Familia” de Salto (B). Ha realizado diferentes trabajos de investigación dentro del ámbito “Comunitario Educativo” -junto a la Psicóloga Laura Arocena- para la Facultad de Psicología, en la Catedra de Psicología Educativa I de la UNR. Se encuentra desempeñando labores docentes en diferentes niveles de educación formal.
E-mail: fernandoraffaelli@gmail.com

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